Este artículo contiene spoilers de Red Dead Redemption.
Por suerte para nuestra industria, contamos con sellos como Rockstar Games. Puede parecer un elogio gratuito, pero es difícil encontrar estudios que pongan tanta dedicación en imprimir segundas y terceras lecturas a unas obras que siguen estando dedicadas al gran público. En ese aspecto puede que sean hasta únicos. Se ha hablado largo y tendido sobre las múltiples referencias que el estudio toma del cine (muy bien en algunos casos) y esta vez, con Red Dead Redemption 2, tienen un reto importante.
La primera entrega tuvo un discurso central claro: la decadencia del lejano oeste. Empezando por su protagonista, John Marston, teníamos a alguien marcado por unas cicatrices -visibles y ocultas- que definían su porvenir y convertían su aventura en un viaje de redención. Los fantasmas del pasado, de ésa época donde los bandidos y los asaltos al tren del dinero eran el pan de cada día, le atormentan y persiguen con una soga que, tarde o temprano, parece difícil que no termine atada a su cuello.
Por otro lado tenemos el contexto, la segunda década de un siglo XX donde se habla más de cruceros transatlánticos que de revólveres. Aun así, nuestro lugar está en la frontera con México, en un sitio ajeno al devenir de los tiempos y a un progreso que en otras partes del mundo parece imparable. La zona fronteriza de Armadillo recibe las primeras salas de cine y los barcos a vapor, pero nuestro John se siente más a gusto en el rancho MacFarlane o cazando en el bosque, como si el nuevo ocio no fuese con él.
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